miércoles, febrero 01, 2006

El latero desbrechado.

Lo descubrí una mañana frente al cibercafé, arrodillado en la acera, se aferraba a una bolsa de basura que contenía latas vacías de aluminio, sugería que su vida dependía de ello -y así era-. Despuntaba su cabeza por encima de la vitrina del negocio y contemplaba los computadores que aun permanecían apagados.
Le pasé al lado como si se tratase de un incomodo objeto urbano. Evité advertir su presencia a pesar de que mis pulmones se impregnaban de olor a santidad. Encendí las luces del local y luego, uno a uno arranque los PCs.
Para él, que miraba del otro lado de la ventana, se abría un mundo de brillos y colores. Era como si un espectáculo fuese a comenzar, pero su derecho a ese universo de pixeles y bytes estaba vedado. Lo único que le podía ofrecer el cibercafé era contemplar a los cibernautas navegar mientras un húmedo y frió aire acondicionado que se escapaba por la rendija de la puerta le acariciaba su rostro.
Pasó el tiempo y el latero desteñido se hizo habitual. No me incomodaba mientras no tocara mis predios y no importunara a mis cibernautas.
Confieso que muchas veces su estadía me hacia meditar sobre la vida y sobre él. Nunca le di una moneda, tampoco la pidió. Hasta en los momentos de contrariedad económica pensé -de manera irónica- darle el diezmo y hacerlo con ello socio estratégico para que se sentara frente al negocio de mi competencia e incomodara a su clientela. De todas maneras, creo –por su filosofía de vida- no lo hubiese aceptado.
No tenía un horario fijo para velar los sueños y fantasías de mis cibernautas. Imagino porque su agenda de recoge lata se adaptaba a los horarios de la ciudad y ello le obligaba a estar en esos sitios antes que su férrea competencia.
Me intrigaba de él como podía hurgar la basura en busca de algo que comer, pero cuando se trataba del arte de fumar, siempre tenia ahorrado para comprar una cajetilla de marlboro dorado. Se sentaba y usaba su bolsa de latas como espaldar, y lanzaba bocanadas de humo al cielo recordándoles a todos que él también tenia derecho a un bocatto di cardinali.
Seguro estaba perturbado, le veía mover sus manos frente al sol que imitaban sombras chinescas sobre el piso del cibercafé. Me parece que presentía los estados de ánimos de los navegantes. Lloraba si una joven sollozaba al leer la carta de despedida de su amante. Reía si otros se desternillaban frente a un jocoso correo. Cavilaba cuando otros reflexionaban. Se estaba conectando a la red.
Llegó el día en que no volvió más. Hasta mis habituados clientes –que colocaron un sobrenombre- preguntaba por latanet.
Latanet –como le decían- dejo de ser nuestro objeto urbano. Por primera vez me preocupé. ¿Habría muerto en una pelea callejera?, ¿Se lo llevaron preso?, ¿Se cansó? o –me gustaba mas la ultima interrogante- se ¿Recuperó?.
Pasado los meses me encontraba paseando por un parque capitalino. Aireando mis ideas y tomando el fresco de la mañana. De repente a lo lejos observé un grupo de recoge latas en plena algarabía. Me acerque con prudencia y mis ojos no podían creer lo que veían; Cinco lateros con computadoras de cartón corrugado jugaban a navegar en Internet, y entre ellos latanet. Se reían de chistes, chateaban y simulaban enviar mails. Latanet que no sabia sobre la existencia de la brecha digital, se había desbrechado.

4 comentarios:

Heroinaescarlata dijo...

Muy buenos los relatos de este blog :)

Clavel Rangel dijo...

Y no hablaste con él? Acaso dejas un amor así tan fácil! jajaja! Pobre Latanet.

Anónimo dijo...

Nelke no es DESPECHADO, es DESBRECHADO, es decir ya dejó de ser parte de la brecha digital. Eso es lo que entendí del cuento.

Clavel Rangel dijo...

^_+ No digo el amor porque entendí mal, sino porque casi casi ya el Latanet era un amor de cafetería, creo que a la final se le tiene cariño.

;) De todas maneras gracias por la explicación.